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Supervivencia. Una idea con futuro

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Cuando el otro día se fue la luz de la escalera, falló con ella la antena colectiva y la televisión digital se quedó muda, sin señal anunciaba un cartelito en el medio de la pantalla. Antes, con la analógica, lo que ocurría cuando fallaba la antena era que se llenaba de puntitos blancos pero, si movías hábilmente el cable, conseguías resultados. Lleno de interferencias, pero al menos veías lo suficiente para saber que las emisoras seguían emitiendo: había vida más allá de casa.

La solución ahora pasaba por coger una antena individual, sofisticada, con conexión a un enchufe (porque ya los “cuernos” de antaño no consiguen la intensidad suficiente) y se necesita reforzar la señal. El resultado es bueno, y la tele vuelve a la vida, pero ¿y si…

Como están de obras en el edificio al final el fallo de la escalera se generalizó y la electricidad se cortó también dentro de mi casa, lo que inmediatamente se tradujo en un apagón de la televisión y también de mi magnífica antena individual. Pero no sólo eso sino que falló también el frigorífico, las luces y, lo que era peor: mi ordenador. que sufrió así el ataque sin previo aviso y me cogió con mi flamante sistema “antiapagones” desconectado (a veces no tengo claro por qué lo compré) con lo que además perdí lo que estaba haciendo y veremos si cuando vuelva no se ha quedado el disco duro dañado. Si es que no aprendo nunca. (Última hora: No le pasó nada al disco duro)

No pasaron ni cinco minutos cuando mi desesperación me hizo empezar a moverme por la casa como un animal salvaje de un zoológico encerrado en su jaula. Abría la puerta de la calle a ver si funcionaba de nuevo la luz de la escalera. Un vecino asomó y ambos nos confirmamos que la desgracia era general en el edificio.

Supongo que el vecino hizo lo mismo, pero yo fui a una de las ventanas y llegué a ver cómo en las casas de enfrente había alguna luz, aunque fue por poco tiempo porque enseguida se apagaron, y después las farolas, y se veía cómo se iba oscureciendo el resto del barrio hacia el horizonte, como una ola de desgracias. Sólo los coches mantenían impertérritas sus luces y las calles se iluminaban por unos segundos mientras circulaban. Alguna linterna vacilante hacía ver que los zombies salíamos a corroborar que no estábamos solos.

Y en estas circunstancias me dije: qué frágil es nuestro mundo. Se va la luz y todo deja de funcionar.

Cogí mi tableta y vi que encendía sin problemas, aunque enseguida me advirtió de que no tenía conexión WiFi porque había fallado el router. Otro problema del mundo actual porque antes, si se iba la luz, el teléfono seguía funcionando porque tenía su propia energía, pero ahora con los inalámbricos ya no es posible “coger línea” porque sus bases también van conectados a un enchufe.

No podía saber qué pasaba, si la cosa iba para largo. El portátil tampoco me daba un respiro porque, encender sí encendió, pero tenía poca batería y murió enseguida. De poco me iba a servir.

Mi salvación fue el iPhone que, no sólo funcionaba sino que, con su conexión 3G me permitió conocer la situación y hacerme una idea de lo que pasaba. La cosa no fue a más y simplemente aproveché para dormir, como hacían los antiguos cuando el sol se ponía, pero todo aquello me hizo pensar en cuánto nos influye la tecnología en estos días y la tremenda dependencia que tenemos de ella. A fin de cuentas, cuando al móvil se le acabara la batería me quedaría desconectado del mundo exterior por no tener un maldito enchufe donde conectar el cargador.

Lo primero que haría es comprar algún sistema de carga que no dependiera de la red eléctrica. Quizá un cargador solar, o de manivela con una dinamo como las de las bicicletas, y así me encontraría más seguro, más incluso que con una linterna porque mi móvil tiene de todo, si está cargado claro, y aprovecha el flash digital para su uso como vela digital.

Cuando se habla de un desastre nuclear, sobre todo con la guerra fría de la segunda mitad del siglo pasado, proliferaron los refugios que permitirían sobrevivir unos días si esa circunstancia se daba en su entorno, pero nadie explicaba gran cosa sobre el día después puesto que deberías esperar encerrado mucho tiempo hasta que la atmósfera fuera respirable.

Las bombas ahora son más letales y dudo que un refugio antinuclear sea una apetecible solución, pero un refugio para sobrevivir a un desastre natural ya es una cosa que podría ser interesante. La esperanza de un día después no deja de ser algo posible pero ¿cómo viviríamos en la época actual sin electricidad?
Y puestos a imaginar, como en esas películas de desastres, ¿qué podríamos hacer para sobrevivir? Y en caso de ser uno de los afortunados ¿qué sería bueno tener a mano?

Lo primero que se me vino a la cabeza, al margen de lo inmediato como comida y bebida, fue mi iPad y mi iPhone. Al fin y al cabo soy un auténtico tecnófilo, pero en esa situación extrema, igual que se plantea en esas películas en las que el protagonista se encuentra de repente en la Edad Media ¿qué podría ser más útil para mí?

Y empecé a pensar que lo primero que necesitaría sería un cargador que funcionara sin electricidad externa. También pensé en la cantidad de información que un dispositivo así me proporcionaría, sin embargo pronto me di cuenta de que la mayoría de esa información estaba en la red, en servidores que no estarían disponibles en esas circunstancias, y por tanto no podría contar con ellas.

Sería imprescindible hacer una selección de herramientas offline, y la primera que encontré fue precisamente la linterna incorporada. Por lo menos podría ver y leer.

Y hablando de lectura, los libros que tengo en el iPad están disponibles y tendría mucho tiempo con los cientos de libros que en él atesoro. Así surgió:

SUPERVIVENCIA OFFLINE

El objetivo de este proyecto no sólo sería conocer herramientas útiles disponibles para el iPad y el iPhone (bueno, también para otros móviles y tabletas si es que os interesan) que no necesiten conexión, sino acumular en ellos aquellos conocimientos preordenadores que serían útiles para sobrevivir.

Ahí queda el proyecto e iré añadiendo todo lo que se me ocurra sobre el tema, y os animo a que me enviéis por correo electrónico vuestras sugerencias más imaginativas y reales.